Subsistema Ideológico: Leyendas

martes, 8 de septiembre de 2015
Leyendas:

Las flechas encantadas:

Cuenta la leyenda que los habitantes de Tlaxcala recibieron un aviso del señor de Huejotzingo en el que les informaban que serían atacados. Los habitantes de Tlaxcala imploraron a su dios Camaxtle: “¡Nuestros enemigos nos cogen desarmados! y solo por tu mediación podremos tener armas suficientes para la defensa. Somos hábiles flecheros, pero nos faltan flechas. Señor ¡acude en defensa de tu pueblo!”
El dios contestó: “¡No se acobarden! yo estaré con ustedes y les ayudaré a triunfar sobre sus enemigos. Para ello solo deben tener fe en mí y ejecutar mis mandatos: pongan una gota de leche de mujer en el vaso sagrado y así se salvaran.
Nadie sabía cómo se podrían salvar con una gota de leche, pero tenían fe en su dios y  lo obedecieron. Esperaron tres días y se llegó el día de la batalla. El sacerdote notó que del vaso sagrado brotaba un licor espumoso y que el dios había dejado flechas sobre el altar.
Esta noticia maravillosa levantó el ánimo de los guerreros que salieron a la batalla con valor. El sacerdote llevó el vaso sagrado y las flechas al campo de batalla: las flechas sagradas se levantaron solas y le provocaron la muerte a los enemigos.
 



  La Leyenda de Popocatepetl e Iztaccihuatl

La vista que engalana a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, está realzada por la majestuosidad de dos de los volcanes más altos del hemisferio, se trata del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl.
La presencia milenaria de estos enormes volcanes ha sido de gran importancia en las diferentes sociedades que los han admirado y venerado, siendo fuente de inspiración de múltiples leyendas sobre su origen y creación. Entre ellas las más conocidas son dos que a continuación relataremos.
Hace ya miles de años, cuando el Imperio Azteca estaba en su esplendor y dominaba el Valle de México, como práctica común sometían a los pueblos vecinos, requiriéndoles un tributo obligatorio. Fue entonces cuando el cacique de los Tlaxcaltecas, acérrimos enemigos de los Aztecas, cansado de esta terrible opresión, decidió luchar por la libertad de su pueblo.
El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la princesa más bella y depositó su amor en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo.
Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió gustoso y prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si regresaba victorioso de la batalla.
El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la promesa de que la princesa lo esperaría para consumar su amor.
Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaban, le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate.
Abatida por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió.
Tiempo después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de ver a su amada. A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl.
Entristecido con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que decidió hacer algo para honrar su amor y que el recuerdo de la princesa permaneciera en la memoria de los pueblos.
Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme montaña.
Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la gran montaña.  El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su amada, para velar así, su sueño eterno.
Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo.
La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo.   Por ello hasta hoy en día, el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.

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